lunes, 22 de septiembre de 2008

La ponzoña


Piótr Petróvich Lisóv era un idealista hasta la punta de las uñas, aunque servía en la oficina bancaria de Kunst y Cía. Cantaba con un tenor aguado, tocaba la guitarra, se ponía pomada y usaba pantalón claro, y todas esas cosas constituían los signos, por los que se podía distinguir a un idealista de un materialista a diez vérstas1. Con Liúbochka, la hija del capitán retirado Kadíkin, se había casado por el amor más apasionado... ¿Lo creen?, él amaba tanto a su novia que, si le hubieran propuesto escoger entre un millón y Liúbochka pues él, sin pensarlo, se hubiera quedado con la última... Al diablo, por supuesto, no le gustó ese idealismo, y no tardó en inmiscuirse.
En vísperas de la boda (el diablo empezó a insistir, precisamente, desde ese momento), el capitán Kadíkin llamó a su gabinete a Lisóv y, tras tomarlo por un botón con cariño, le dijo:
-Tengo que advertirte, amable amigo Pétia, que yo, de cierto modo, este... El convenio es mejor que el dinero... Para que después, hablando con propiedad, no haya ningún disgusto, tenemos que convenir de antemano... Tú sabes, yo pues por Liúbochka, no este... ¡yo por Liúbochka no doy nada!
-Ah, ¿acaso no es lo mismo? –se encendió el idealista. -¿Y por quién usted me toma? ¡Yo no me caso con el dinero, sino con la señorita!
-Así-así... Yo esto pues, ¿para qué te lo digo? Para que tú, de todas formas, sepas... Yo soy un hombre, por supuesto, no pobre, tengo fortuna, pero pues, tú mismo ves, yo, además de Liúbochka, tengo aún a cinco... Así que, gentil amigo Pétia... Oooh... -(el capitán suspiró). -Este, por supuesto, te va a ser difícil pero, ¡qué hacer! Sostente de algún modo... En caso, si hay algo así... procreación ahí, o algún otro acontecimiento, pues puedo ayudar... De a poquito puedo... Incluso ahora puedo...
-¡Inventa, por Dios! –dejó de la mano Lisóv.
-Ahora te puedo prestar cuatrocientos rublos... ¡Quisiera darte más, disculpa, pero aunque me apuñales!
Kadíkin buscó en la mesa, sacó de allí cierto papel y se lo dio a Lisóv.
-¡Aquí tienes, toma! –dijo. -¡Exactamente cuatrocientos! Yo mismo cobraría esta hoja ejecutoria, ¿pero sabes?, no hay tiempo para lidiar, y tú, cuando quieras, entonces la cobras... Directamente, sin ninguna pena, ve a ver al doctor Kliabóv, y cóbrale... Y si él empieza a porfiar, pues al ujier del juzgado...
Por mucho que se negó Lisóv, y por mucho que demostró que no se casaba con el dinero, sino con la señorita, terminó en que dobló en cuatro la hoja ejecutoria y la escondió en el bolsillo. Al otro día, al regresar en la carroza de la boda, Lisóv tenía a Liúbochka por el talle y le decía:
-Hace tres días estabas llorando, porque en nuestro hogar no iba a haber un fortepiano... ¡Alégrate, Liúbochka! Yo, por cuatrocientos rublos, te voy a comprar un piano...
Después de la cena nupcial, cuando los jóvenes se quedaron solos, Lisóv caminó largo tiempo de una esquina a la otra, después, inspirado, movió la cabeza y le dijo a su esposa:
-¿Sabes qué, Liúba? ¿Y no es mejor para nosotros esperar a comprar el piano? ¿Ah, cómo piensas? ¡Vamos pues primero a comprar los muebles! ¡Con cuatrocientos rublos se pueden adquirir unos muebles excelentes! ¡Vamos a adornar las habitaciones así, que a los diablos les dé náuseas! En esa habitación pondremos un diván y una butaca con una tapicería de seda, ¿sabes?.. Delante del diván, por supuesto, una mesa redonda con alguna lámpara compleja así, que se la lleve el diablo… Aquí pues pondremos un lavamanos de mármol. ¿Vous comprenez2? Ja-ja… En este espacio meteremos un guardarropa o una cómoda con baño… ¡O sea, el diablo sabe qué bien saldrá todo esto!
-Hará falta cortinas para las ventanas.
-¡Sí, cortinas! ¡Mañana mismo voy a ver a ese doctor! Sólo si pudiera encontrarlo, al diablo… Esos doctores son gente tacaña, tienen la costumbre, apenas amanece, de salir de práctica… Y tú disculpa, Liúba, que yo mañana me voy a levantar más temprano…
A las ocho de la mañana, Lisóv se levantó calladito, se vistió y se dirigió a pie a la casa del doctor Kliabóv. A las nueve menos cuarto ya estaba parado en el recibidor del doctor.
-¿El doctor está en casa? –le preguntó a la sirvienta.
-En casa, pero está durmiendo, y no se va a levantar pronto.
Con esa respuesta, el rostro de Lisóv se arrugó y se puso tan ácido, que la sirvienta se asustó y dijo:
-¡Si le hace tanta falta, pues lo puedo despertar! ¡Dígnese al gabinete!
Lisóv se quitó la pelliza y entró al gabinete...
“¡Y vive bien el canalla! –pensó, sentándose en la butaca y echando una mirada al ambiente. –Sólo el sofá, seguro, vale unos cuatrocientos rublos…”
Unos diez minutos después, se oyó una tos lejana, luego unos pasos, y al gabinete entró el doctor Kliabóv, sin lavarse, soñoliento.
-¿Qué tiene usted? –preguntó, sentándose frente a Lisóv.
-Yo, sr. doctor, hablando con propiedad, no estoy enfermo, -empezó el idealista, sonriendo con gentileza, -y vine a verlo por un asunto… Ve, yo me casé ayer y… me hace mucha falta el dinero… Usted me va a obligar mucho, si me paga hoy por esta hoja ejecutoria…
-¿Por cuál hoja ejecutoria? –desencajó los ojos el doctor.
-Y por ésta pues… Yo soy Lisóv, y me casé con la hija de Kadíkin. Yo soy su yerno y él, o sea mi suegro, me dio esta hoja. ¡O sea, Kadíkin!
-¡Dios sabe qué! –dejó de la mano Kliabóv, levantándose y poniendo cara llorosa. –Yo pensaba que usted estaba enfermo, y usted con una tontería ahí… ¡Esto es hasta vergonzoso de su parte! ¡Yo hoy me acosté a las siete, y usted, el diablo sabe por qué, me despierta! Las personas honradas respetan la tranquilidad ajena… ¡A mí hasta me da vergüenza por usted!
-Culpable, yo pensaba… -se confundió Lisóv, -yo no sabía…
Y viendo que el doctor se marchaba, se levantó y farfulló:
-¿Y cuándo pues, me manda a venir por el cobro?
-Nunca… ¡Yo a ese Kadíkin ya le dije mil veces que me deje tranquilo! ¡Me cansó!
El tono y el trato del doctor confundieron a Lisóv, y también lo enfurecieron.
-En ese caso, -dijo,- disculpe, yo voy a tener que dirigirme al ujier del juzgado y… ¡imponer un embargo a su propiedad!..
-¡Cuánto le plazca! Ese, su Zatíkin ¿o cómo se…?, Kadíkin, sabe que la propiedad no es mía, sino de mi esposa.
Al salir del doctor, Lisóv estaba rojo y temblaba de furia.
“¡Ignorante! –pensaba. -¡Cerdo! ¡Vive tan ricamente, tiene práctica, y no paga las deudas! Pero espera pues…”
Por la noche, en lugar de acostarse a dormir, Lisóv se sentó a escribirle una carta al doctor… En esa carta él, de modo categórico y amenazando con el ujier del juzgado, le rogaba informarle qué día y a qué hora podía encontrar al doctor en su casa. Al no recibir al otro día respuesta, le envió otra carta… Finalmente, habiendo gastado en el correo seis timbres municipales, se perturbó y fue a ver al ujier del juzgado…
Mientras él, de esta forma, escribía cartas y hacía visitas al ujier del juzgado, el tiempo pasaba y la naturaleza humana trabajaba... A Lisóv pronto le empezó a parecer, que necesitaba los cuatrocientos rublos en extremo, hasta el cuello, que era asombroso cómo había podido arreglarse antes sin éstos. Sin hablar ya de los muebles, que se podían aplazar para el futuro, con ese dinero había que pagar las viejas deudas, el sastre, la tienda... Cuando unos diez días después de la boda, Liúbochka le pidió a Lisóv cinco rublos para la cocinera, éste le dijo:
-Yo ya le daré a ella de los del doctor, y ahora no tengo... ¿Sabes qué? ¡Voy a pasar hoy por casa del doctor! Le voy a rogar, que me pague al menos por partes. ¡Con eso él va a convenir seguro!..
Al llegar a la casa del doctor, encontró en su recibidor muchos enfermos. Tuvo que esperar el turno. Tras leer todos los periódicos que estaban sobre la mesa, y extenuarse hasta la sequedad en la garganta y el dolor en los sobacos, finalmente, entró al gabinete del doctor.
-¡Usted de nuevo! –frunció el ceño Kliabóv.
Lisóv se sentó y, de todo corazón, le explicó al doctor cómo Kadíkin le había regalado la hoja ejecutoria, y cuánto le hacía falta el dinero.
-Usted me puede pagar de a diez rublos… -terminó. -¡Yo con eso convengo!
-Usted, disculpe, es simplemente un psicópata…-sonrió con malicia Kliabóv. -¿Quién pues, dígame por favor, acepta de regalo hojas ejecutorias?
-Yo la acepté, porque pensé que usted sería, este… ¡conciente!
-¡Mira cómo! ¡No a usted le corresponde hablar de conciencia! ¿Usted sabe, de dónde salió esa deuda? Cuando yo era estudiante, le pedí a su suegro solamente cincuenta rublos, ¡los restantes pues son todos por cientos! Y yo no le voy a pagar… ¡Por principio no le voy a pagar! ¡Ni un kópek!
Lisóv regresó a su casa fatigado, furioso.
-¡No entiendo a tu padre! -le dijo a Liúbochka. ¡Pues esto es bajo, ruin! ¡Como si él no tuviera cuatrocientos rublos para mí! ¡A mí la dote no me hace falta, pero yo por principio! Yo ahora, con tu padre, no quiero ni hablar... ¡Cicatero, groshero3! Ve y dile a propósito, que tome su estúpida hoja ejecutoria, y me mande en su lugar cuatrocientos rublos... ¿Oyes? Ve y dile así...
-¿Cómo pues le voy a decir? Me es incómodo, Pétia.
-¡Aah... para ti él, entonces, vale más que tu esposo! ¿Según tú, él tiene la razón? ¡Yo no tomé de él nada de dote, y él pues aún tiene la razón!
Liúbochka parpadeó y rompió a llorar.
-Empieza... –farfulló Lisóv. -¡Sólo esto faltaba! ¡Bueno, por favor mátushka, sin estas piezas! ¡Que esto en mi casa no sea! ¡A mí, hermano, no me convences con esto... no me penetras! ¡A mí esto no me gusta! ¡Puedes llorar a gritos en casa de pápienka, pero aquí no te es lugar! ¿Oyes?
Y Lisóv golpeó la mesa con el lomo del libro... Con ese golpe culminaba la luna de miel...

1Vérsta, antigua medida rusa de superficie igual a 1,06 km.
2¿Vous comprenez?, ¿usted comprende?.
3Groshero, de grosh, antigua moneda rusa igual a ½ kópek.

Título original: Otrava, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1886, Nº 10, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: John Singer Sargent, Jean-Joseph-Marie Carriès, 1880.