viernes, 4 de julio de 2008

75 000


De noche, a eso de las 12, por el boulevard Tvierskáya, iban dos amigos. Uno, un trigueño alto, bonito, con una pelliza de oso usada y un cilindro; el otro, un hombre pequeño, pelirrojo, con un paletó raído con botones de hueso. Ambos iban y callaban. El trigueño silbaba una mazúrka1 con ligereza, el pelirrojo miraba bajo sus pies sombríamente y, a cada rato, escupía a un costado.
-¿Nos sentamos un poco? –propuso el trigueño finalmente, cuando ambos amigos vieron la silueta oscura de Púshkin y la lucecita sobre los portones del Monasterio de la Pasión.
El pelirrojo convino callado y los amigos se sentaron.
-Yo te voy a hacer una pequeña petición, Nikolai Borísich, -dijo el trigueño, después de cierto silencio. -¿No puedes tú, amigo, prestarme unos diez, quince rublos? Dentro de una semana te los devuelvo...
El pelirrojo callaba.
-Yo no empezaría a molestarte, si no fuera por necesidad. Hoy la suerte me jugó una mala pasada... Mi esposa me dio hoy por la mañana su brazalete, para empeñarlo... Ella necesita pagarle el gimnasio a su hermanita... Yo, ¿sabes?, lo empeñé, y mira... delante de ti, perdí hoy al stúkolka2, sin querer...
El pelirrojo empezó a moverse y graznó.
-¡Un hombre banal eres, Vasílii Ivánich! –dijo, torciendo la boca en una sonrisa maligna. -¡Un hombre banal! ¿Qué derecho tenías tú, a sentarte con las señoras a jugar al stúkolka, si tú sabías que ese dinero no era tuyo, sino ajeno? Bueno, ¿no eres un hombre banal, no eres un fatuo? Espera, no me interrumpas... Deja que te diga de una vez para siempre... ¿Para qué esos eternos trajes nuevos, ese alfiler en la corbata? ¿Acaso la moda es para ti, mendigo? ¿Para qué ese cilindro estúpido? ¡Tú, que vives a cuenta de tu esposa, pagar quince rublos por un cilindro, cuando tú, perfectamente, sin perjuicio para la moda ni para la estética, podrías pasar con un gorro de tres rublos! ¿Para qué esa eterna jactancia de tus conocidos inexistentes? ¡Conoces a Jojlóv3, a Pleváko4 y a todos los redactores! ¡Cuando tú hoy mentías sobre tus conocidos, a mí los ojos y las orejas me ardían por ti! ¡Mientes y no te sonrojas! Y cuando juegas con esas señoras, y pierdes con ellas el dinero de tu esposa, sonríes de un modo tan trivial y estúpido, que simplemente... ¡una bofetada da lástima!
-Bueno, deja, deja... Tú no estás de humor hoy...
-Bueno, deja que esa fatuidad sea una muchachada, una chiquillada... Yo convengo en admitir eso, Vasílii Ivánich... tú aún eres joven... Pero no admito... no entiendo una cosa... ¿Cómo pudiste, jugando con esas muñecas... hacer trampa? ¡Yo vi cómo tú, al repartir, te sacaste de abajo una sota de pica!
Vasílii Ivánich se sonrojó como un escolar y se empezó a justificar. El pelirrojo insistió en lo suyo. Discutieron en voz alta y largo tiempo. Finalmente, ambos poco a poco se callaron y se quedaron pensativos.
-Es verdad, yo me compliqué fuerte, –dijo el trigueño, después de un largo silencio. –Es verdad... Me lo gasté todo, me endeudé, gasté algo ajeno, y ahora no sé cómo zafarme. ¿Conoces esa sensación insufrible, infame, cuando todo el cuerpo te pica, y no tienes remedio para esa picazón? Algo parecido a esa sensación yo experimento ahora... Me hundí todo hasta el cuello en un berenjenal... Me da vergüenza por las personas y por mí mismo... Hago un montón de tonterías, de porquerías, con los motivos más mezquinos, y al mismo tiempo no me puedo detener de ningún modo... ¡Es infame! Si yo recibiera una herencia o un premio, pues lo dejaría todo en el mundo, me parece, y nacería de nuevo. Y tú, Nikolai Borísich, no me condenes... no tires la piedra... Recuerda al Nekliúzhev5 de Palm...
-Recuerdo yo a tu Nekliúzhev, –dijo el pelirrojo. –Lo recuerdo… Se cogió el dinero ajeno, se atracó, y después de almuerzo quiso relajarse: ¡delante de una muchacha empezó a lloriquear!.. Antes de almuerzo, seguro, no lloriqueó… ¡Es una vergüenza para los escritores idealizar a semejantes canallas! Si ese Nekliúzhev no tuviera una apariencia afortunada y unas maneras galantes, la hija del mercader no se hubiera enamorado de él, y no hubiera habido contrición…En general, a los canallas la suerte les da una apariencia afortunada… Todos ustedes pues, son unos cupidos. A ustedes los aman, de ustedes se enamoran… ¡Ustedes tienen una suerte terrible por el lado de las mujeres!
El pelirrojo se levantó y empezó a caminar cerca del banco.
-Tu esposa, por ejemplo… es una mujer honrada, generosa… ¿por qué se enamoró de ti? ¿Por qué? Y hoy pues, toda la tarde, al mismo tiempo que tú mentías y hacías melindres, una rubia bonita no te quitaba el ojo de encima… A ustedes, los Nekliúzhevs, los aman, a ustedes les sacrifican, y ahí toda la vida trabajas, te golpeas, como el pez contra el hielo… honrado como la misma honradez, ¡y siquiera un minuto feliz! ¿Y aún también… recuerdas? Yo era novio de tu esposa, Olga Alexéevna, cuando ella aún no te conocía, era un poco feliz, pero llegaste tú y… yo me perdí…
-¡Los celos! –sonrió el trigueño con malicia. -¡Y yo no sabía que tú eras tan celoso!
Por el rostro de Nikolai Borísich corrió una sensación de despecho y repulsión… Él, maquinalmente, sin darse cuenta él mismo, extendió hacia adelante la mano y… manoteó. El sonido de la bofetada violó el silencio de la noche… El cilindro voló de la cabeza del trigueño y rodó por la nieve apisonada. Todo eso sucedió en un segundo, de modo inesperado, y resultó estúpido, absurdo. Al pelirrojo, al instante le dio vergüenza la bofetada. Hundió el rostro en el cuello desteñido de su paletó, y empezó a caminar por el boulevard. Al llegar a Púshkin, volvió la cabeza hacia el trigueño, estuvo parado un instante inmóvil y, como si se hubiera asustado de algo, echó a correr hacia la Tvierskáya…
Vasílii Ivánich estuvo sentado largo tiempo callado y sin moverse. Por su lado pasó cierta mujer y le dio con risa el cilindro. Él le agradeció maquinalmente, se levantó y se fue.
“Ahora me empezará la comezón, –pensó a la media hora, subiendo por la larga escalera hacia su apartamento. -¡Me tocará de mi esposa por la pérdida! ¡Toda la noche me va a leer un sermón! ¡Que se la lleve el diablo del todo! Le diré que perdí el dinero…”
Al llegar a su puerta llamó con timidez. Lo dejó entrar la cocinera…
-¡Lo felicito! –le dijo la cocinera, con el rostro lleno de ternura.
-¿Eso por qué?
-¡Y ya verá! ¡Se apiadó Dios!
Vasílii Ivánovich se encogió de hombros y entró al dormitorio. Allí, al escritorio, estaba sentada su esposa, Olga Alexéevna, una pequeña rubia con papillotes en los cabellos. Escribía. Ante ella yacían unas cuantas cartas ya listas, selladas. Al ver a su esposo, se levantó y se le lanzó al cuello.
-¿Llegaste? –rompió a hablar. -¡Qué felicidad! ¡No te puedes imaginar qué felicidad! A mí me dio histeria, Vásia, con esta novedad… ¡Toma, lee!
Y ella, saltando hacia la mesa, tomó el periódico y lo acercó al rostro de su esposo.
-¡Lee! ¡Mi billete ganó 75 000! ¡Pues yo tengo el billete! ¡Palabra de honor, lo tengo! Yo lo escondía de ti porque… porque… tú lo hubieras empeñado. Nikolai Borísich, cuando era mi novio, me regaló ese billete, y después no quiso aceptarlo de vuelta. ¡Qué buen hombre es ese Nikolai Borísich! ¡Ahora somos terriblemente ricos! Tú ahora te vas a enmendar, no vas a llevar una vida desordenada. Pues tú andabas de parranda y me engañabas por las carencias, por la pobreza. Yo eso lo entiendo. Tú eres inteligente, honrado…
Olga Alexéevna se paseó por la habitación y rompió a reír.
-¡Qué novedad! Caminaba yo, caminaba de una esquina a la otra, te maldecía por tu libertinaje, te odiaba, y después, con el tedio, me senté a leer el periódico… ¡Y de pronto veo!.. Le escribí cartas a todos… a mis hermanas, a mi madre… ¡Algo se alegrarán, las pobres! ¿Pero a dónde vas?
Vasílii Ivánich le echó una ojeada al periódico… Aturdido, pálido, sin escuchar a su esposa, estuvo parado cierto tiempo callado, ideando algo, después se puso el cilindro y salió de la casa.
-¡A la Gran Dimítrovka, número NN! –le gritó al cochero.
En los números no encontró a aquella que necesitaba. El número conocido estaba cerrado.
“Ella, debe ser, está en el teatro, -pensó, -y del teatro… se fue a cenar…Esperaré un poco…”
Y se quedó a esperar… Pasó media hora, pasó una hora… Se paseó por el corredor y habló un poco con el lacayo soñoliento… Abajo, en el reloj de los números, dieron las tres… Finalmente, perdida la paciencia, empezó a bajar con lentitud hacia la salida… Pero la suerte se apiadó de él…
En la misma entrada, se encontró con una alta, delgada trigueña, arropada con una boa larga. A ésta le pisaba los talones cierto señor de lentes azules con un gorro de añino.
-Culpable, -se dirigió Vasílii Ivánich a la dama. -¿Puedo molestarla por un minuto?
La dama y el hombre fruncieron el ceño.
-Yo ahora, -le dijo la dama al hombre, y fue con Vasílii Ivánich hacia el mechero de gas. -¿Qué le hace falta?
-Yo vengo a verte… a verla, Nadine, por un asunto, -empezó Vasílii Ivánich con tartamudeo. –Lástima, que esté contigo ese señor, si no te lo contaría todo…
-¿Pero qué pasa? ¡No tengo tiempo!
-¡Te buscaste nuevos adoradores, y no tienes tiempo! ¡Eres buena, ni qué decir! ¿Por qué me corriste de tu casa en Navidad? Tú no quisiste vivir conmigo porque… porque yo no te brindaba suficientes medios de vida… Pues tú no tienes razón, resulta… Sí… ¿Recuerdas ese billete, que yo te regalé por el santo? ¡Toma, lee! ¡Ganó 75 000!
La dama tomó el periódico en sus manos y con unos ojos avaros, como asustados, empezó a buscar el telegrama de Petersburgo… Y lo encontró…
En ese mismo momento, otros ojos llorosos, embotados de dolor, casi dementes, miraban el cofrecito y buscaban el billete… Toda la noche esos ojos buscaron, y no encontraron. El billete había sido robado, y Olga Alexéevna sabía quién se lo había robado.
Esa misma noche, el pelirrojo Nikolai Borísich se volteaba de un costado al otro e intentaba dormirse, pero no se durmió hasta la misma mañana. Le daba vergüenza la bofetada.

1Mazúrka, tonada de origen polaco.
2Stúkolka, juego de cartas.
3P.A. Jojlóv, cantante de la Ópera imperial de Moscú.
4F.N. Pleváko, jurista y orador judicial célebre.
5Nekliúzhev, personaje principal de Nuestro amigo Neklliúzhev, comedia de A.I. Palm, puesta en la escena del Teatro Máli el 25 de noviembre de 1879.

Título original: 75 000, publicado por primera vez en la revista Budilnik, 1884, Nº 2, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: Jean-François Raffaëlli, Boulevard Saint-Michel, 1918.