viernes, 27 de junio de 2008

Antón Chejov, por Maxím Górkii


Al leer los cuentos de Antón Chéjov, uno se siente como en un día triste del otoño tardío, cuando el aire es tan diáfano y se perfilan de modo intenso los árboles pelados, las casas estrechas, las personas grises. Todo es muy extraño: solitario, inmóvil e impotente. Las profundas lejanías azuladas, desiertas, fundiéndose con el cielo pálido, soplan un frío tedioso sobre la tierra cubierta de suciedad helada. La mente del autor, como un sol otoñal, ilumina con una claridad violenta los caminos trillados, las calles sinuosas, las casas sucias y estrechas, en las que unas personas pequeñas, lastimeras se ahogan de aburrimiento y pereza, llenando sus casas de una vanidad impensada, soñolienta. He aquí, alarmada como un ratón gris, va y viene la Almita, una mujer grácil, dócil, que sabe amar mucho, de modo esclavo. Se le puede dar una bofetada, y ella incluso no se atreverá a gemir en voz alta, como una dócil esclava. A su lado está parada con tristeza Olga, de Las tres hermanas: ella también ama mucho, y se somete sin reclamo a los caprichos de la mujer trivial y depravada de su hermano-holgazán; ante sus ojos se destruye la vida de sus hermanas, y ella llora y no puede ayudar a nadie, y en su pecho no hay ni una viva, fuerte palabra de protesta contra la trivialidad.
He aquí la llorosa Raniévskaya y otros viejos amos del Jardín de los cerezos, egoístas como niños, flácidos como viejos. Se tardaron para morir a tiempo, y se quejan sin ver nada a su alrededor, sin entender nada, como unos parásitos que carecen de fuerza para apegarse a la vida de nuevo. El mediocre estudiante Trofímov habla con elocuencia de la necesidad de trabajar, y deambula, entretiene su aburrimiento burlándose de modo estúpido de Vária, que trabaja sin descanso para el bienestar de los perezosos.
Viershínin sueña con lo hermosa que será la vida dentro de trescientos años, y vive sin advertir que todo se corrompe a su alrededor, que ante sus ojos Soliónii, por aburrimiento y estupidez, está dispuesto a matar al lastimero barón Túzienbach.
Pasa ante nuestros ojos una bandada ilimitada de esclavos y esclavas de su amor, de su estupidez y pereza, de su avidez por los bienes terrenos, van esclavos de su miedo oscuro a la vida, van con una alarma confusa y llenan su vida con discursos inconexos sobre el futuro, sintiendo que en el presente no hay lugar para ellos...
A veces, en su masa gris resuena un disparo, eso Ivánov o Trépliev adivinaron qué deben hacer, y murieron.
Muchos de ellos sueñan bellamente, con cuán hermosa será la vida dentro de doscientos años, y a ninguno le viene a la cabeza una pregunta sencilla: ¿pero quién pues la hará hermosa, si sólo vamos a soñar?
Por el lado de toda esa gris, aburrida multitud de personas impotentes pasó un hombre grande, inteligente, atento a todo, les echó una mirada a esos tristes habitantes de su patria y, con una sonrisa triste, con un tono de reproche suave pero profundo, con una angustia insoluble en su rostro y su pecho, con una voz bella y sincera, les dijo:
-¡Viven en la infamia, señores!
Continuará…

Imagen:
Vasiliy Polenov, Sick Girl (detail), 1886.