lunes, 5 de mayo de 2008

La calzonazos


Hace unos días invité a mi gabinete a la institutriz de mis hijos, Yulia Vasílievna. Había que ajustar cuentas.
-¡Siéntese, Yulia Vasílievna! –le dije. –Vamos a ajustar cuentas. Usted seguro necesita dinero, y es tan ceremoniosa, que por sí misma no me lo pide... Bueno... Convinimos con usted treinta rublos al mes...
-Cuarenta...
-No, treinta... Yo lo tengo apuntado... Yo siempre le pagué a las institutrices treinta. Bueno, vivió usted dos meses...
-Dos meses y cinco días...
-Exactamente dos meses... Yo lo tengo apuntado así. Se le debe, entonces, sesenta rublos... Restar nueve domingos... usted pues, no se dedicaba a Kólia los domingos, sino paseaba solamente... y tres festivos...
Yulia Vasílievna se encendió e intentó una defensa, pero... ¡ni una palabra!
-Tres festivos... Fuera, por consiguiente, doce rublos... Cuatro días Kólia estuvo enfermo y no hubo lecciones... Usted se dedicó sólo a Varia... Tres días a usted le dolió la muela, y mi esposa le permitió no dedicarse después de almuerzo... Doce y siete –diecinueve. Restar... quedan... hum... cuarenta y un rublos... ¿Correcto?
El ojo izquierdo de Yulia Vasílievna se enrojeció y llenó de humedad. Su barbilla empezó a temblar. Tosió de modo nervioso, se sonó la nariz, ¡pero ni una palabra!
-En año nuevo usted rompió una tacita de té con el platito. Fuera dos rublos... La tacita vale más, es de la familia, pero... ¡que vaya con Dios! ¡Dónde no se perdió lo nuestro1! Después, por descuido suyo, Kólia se subió al árbol y se rompió el trajecito... Fuera diez... La sirvienta, también por descuido suyo, le robó a Varia los zapatos. Usted debe velar por todo. Recibe un salario. Así, entonces, fuera cinco más... El diez de enero me tomó prestado diez rublos...
-Yo no los tomé –murmuró Yulia Vasílievna.
-¡Pero yo lo tengo apuntado!
-Bueno, deje... está bien.
-A cuarenta y uno restarle veintisiete –quedan catorce...
Sus dos ojos se llenaron de lágrimas... Por su nariz larga, bonita, brotó el sudor. ¡Pobre muchacha!
-Yo sólo tomé prestado una vez –dijo con voz trémula. –Y a su esposa le tomé tres rublos... Más no tomé...
-¿Sí? ¡Ves pues, y yo no lo tengo apuntado! Fuera de catorce tres, quedan once... ¡Aquí tiene su dinero, querida! Tres... tres, tres... uno y uno... ¡Reciba!
Y le di once rublos... Ella los tomó y, con unos deditos trémulos, se los metió en el bolsillo.
-Merci –susurró.
Yo me levanté y caminé por la habitación. Me poseía la furia.
-¿Por qué pues merci? –le pregunté.
-Por el dinero...
-¡Pero si yo la despojé, que diablos, la desplumé! ¡Pero si yo le robé! ¿Por qué pues merci?
-En otros lugares, a mí no me daban en absoluto...
-¿No le daban? ¡Y no es extraño! Yo le hice una broma, le di una lección cruel... ¡Yo le daré todos sus ochenta! ¡Ahí están en el sobre, listos para usted! ¿Pero acaso se puede ser tal posca? ¿Por qué no protesta? ¿Por qué calla? ¿Acaso se puede no ser colmilludo en este mundo? ¿Acaso se puede ser tal calzonazos?
Ella sonrió con amargura, y yo leí en su rostro: “¡Se puede!”
Le pedí perdón por la lección cruel y le di, para su gran asombro, todos los ochenta. Ella, con timidez, me dijo merci y salió... Yo miré en pos de ella y pensé: ¡es fácil ser fuerte en este mundo!

1Dónde no se perdió lo nuestro (refrán), aproximadamente, "más se perdió en la guerra".

Título original: Razmaznia, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1883, Nº 8, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: Ilia Repin, Portrait of the Actress Pelageya Strepetova, 1882.