sábado, 8 de diciembre de 2007

Salon des variétés



-¡Cochero! ¡Duermes, diablo! ¡Al Salon des variétés!
-¿A la guarida picante? ¡Treinta kópeks!
La entrada y el solitario alguacil parado en la entrada iluminados por los faroles. Un rublo veinte por la entrada y veinte kópeks por el cuidado del abrigo (lo último, por lo demás, no es obligatorio). Usted pone un pie en el primer peldaño, y ya le dan los fortísimos olores del boudoir1 barato y el vestuario de baño. Los visitantes levemente bebidos… A propos: no vaya al Salon si usted, este, no… Estar un poquito “achispado” es más que obligatorio. Es un principio. Si el visitante entrante sonríe y parpadea con ojos aceitosos, pues es un buen signo: no morirá de tedio, e incluso probará cierta beatitud. ¡Pena pues para él si está sobrio! No le gustará el Salon des variétés y, al llegar a la casa, zurrará a los niños para que ellos cuando crezcan no vayan al Salon… Los visitantes levemente bebidos renquean hacia arriba por la escalera, entregan a la pervertida sus boletos, entran a la habitación, decorada con las imágenes de los grandes, se desperezan y, valientemente, se precipitan en la vorágine. Por todas las habitaciones deambulan, hacia atrás y adelante, de puerta en puerta, los ansiosos de sensaciones fuertes; deambulan, se aglomeran, se recuestan de rincón en rincón, como si buscaran algo…¡Qué mezcla de tribus, rostros, colores y olores! Las damas son rojas, azules, verdes, negras, multicolores, abigarradas, como las xilografías de tres kópeks…
A estas damas las vimos aquí el año pasado, y el antepasado. Ustedes las verán aquí el año próximo. Escotes no hay ni uno: y no tienen vestidos, y… no tienen pechos. Y qué nombres sublimes: Blanche, Mimi, Fanny, Emma, Isabella y…¡ni una Matrióna, Mávra, Pelaguéya! ¡Un polvo terribilísimo! Partículas de rubor y de polvo, vapores de alcohol suspendidos en el aire… Es penoso respirar, y se quisiera estornudar…
-¡Qué descortés es usted, hombre!
-¿Yoo? ¡Ah… hum… así! ¡Permítame expresarle en prosa, que nosotros entendemos muy bien sus ideas femeniles! ¡Permítame proponerle la manito!
-¿Eso a santo de qué? Usted primero preséntese… ¡¡Convide primero con algo!!
Llega volando un oficial, toma a la dama por los hombros y la voltea de espalda hacia el joven… Al último eso no le gusta… Tras pensar un poco, se da por ofendido, toma a la dama por los hombros y la voltea hacia sí…
A través de la multitud se abre paso un alemán enorme, con una fisonomía estúpida, borracha; sufre de eructación a oídos de todos; tras él anda a pasitrote un pequeño hombrecito picado de viruela, que aprieta su mano…
-¡E… ek! ¡Gek!
-¡Agradezco humildemente por el humilde eructo! –dice el hombrecito.
-No es nada… ¡E… ek!
Junto a la entrada de la sala la multitud… En la multitud dos jóvenes mercaderes gesticulan con las manos afanosamente, y se odian el uno al otro. Uno está rojo como un cangrejo, el otro pálido. Ambos, por supuesto, están borrachos como una cuba.
-¿Y si por la jeeeta?
-¡¡Asno!!
-Y si… ¡Tú eres el asno! ¡¡Filántropo!!
-¡Degenerado! ¿Por qué gesticulas con las manos? ¡Momio! ¡Y tú eres un momio!
-¡Señores! –se oye desde la multitud una voz femenina. -¿Acaso se puede maldecir así delante de las damas?
-¡Y las damas, a los cerdos! ¡El diablo calvo para mí, tus damas! ¡A miles así les doy de comer! ¡Tú, Kátka, no este… no te metas! ¿Para qué él me ofendió? ¡Pues yo no lo toqué!
Hacia el joven mercader pálido se acerca volando un petimetre con una corbata enorme, y lo toma por el brazo.
-¡Mítia! ¡Papá está aquí!
-¿Nnno?
-¡Por Dios! ¡Con Sónka, está sentado a una mesa! ¡Por poco no me vio con sus ojos! Diablo viejo… ¡Hay que irse! ¡¡Pronto!!
Mítia lanza su última, penetrante mirada al enemigo, lo amenaza con el puño y se esfuma…
-¡Zvierintiólkin! ¡Ve allá! ¡Ahí Ráiza te busca!
-¡Al diablo con ella! ¡No deseo! Un picaporte parece… Yo otra madame me elegí… ¡Luisa!
-¿Qué te pasa? ¿El cañón ese?
-En eso pues y está, hermano, toda la esencia, en que es un cañón… ¡Al extremo una mujer! ¡No la abarcas!
La fräulein2 Luisa está sentada a la mesa. Es alta, gorda, sudorosa y pesada, como una babosa… Ante ella, en la mesa, una botella de cerveza y el gorro de Zvierintiólkin… Los contornos del corset se destacan en su enorme espalda groseramente. ¡Qué bien hace ella en esconder sus pies y sus manos! Sus manos son grandes, rojas y callosas. Aún el año pasado vivía en Prusia, donde lavaba los pisos, cocinaba para el herr3 pastor la Biersoupe4 y hacía de niñera de los pequeños Schmidts, Millers y Schults… Pero al destino le plugo perturbar su sosiego: ella se enamoró de Fritz, Fritz se enamoró de ella… Pero Fritz no se puede casar con una pobre, ¡él se llamaría a sí mismo imbécil, si se casara con una pobre! Luisa le juró a Fritz amor eterno, y se fue de la querida vaterland5 a las frías estepas rusas, a ganar la dote… Y ahora ella cada noche va al Salon. De día hace cajitas y teje un mantel. Cuando se reúna la sabida suma, ella se irá a Prusia y se casará con Fritz…
-Si vous n’avez rien à me dire6, -se difunde desde la sala…
En la sala es el vocerío… Aplauden a todo el que aparezca en la escena… El cancancito es pobrecito, malito, pero en las primeras filas hay una salivación de placer… Échenle una mirada al público en el momento que vociferan: “¡Abajo los hombres!” ¡Denle en ese momento al público una palanca, y este volteará la tierra! Gritan, vociferan, chiflan…
-Sssh… sh… sh… -sisea un oficialito a cierta señorita en las primeras filas…
El público protesta frenético contra el siseo, y con los aplausos se estremece toda la Gran Dmítrovka. El oficialito se levanta, levanta la cabeza y, con importancia, entre murmullos y rumores, sale de la sala. ¡La dignidad, entonces, la mantuvo!..
Truena la orquesta húngara. ¡Qué pitusos son todos estos húngaros, y qué mal tocan! ¡Confunden a su Hungría!
Tras el buffet están parados el mismo sr. Kuznietzóv y una madame de cejas negras; el sr. Kuznietzóv está de copero, la madame recibe el dinero. Las copitas son tomadas con arrebato.
-¡Una cooopita de vodka! ¡Escuche! ¡De vodka!
-¿Arañamos Kólia? ¡Toma, Mujtár!
Un hombre de cabeza pelada mira la copita estúpidamente, se encoge de hombros y, con exasperación, se traga el vodka.
-¡No puedo, Iván Ivánich! ¡Yo tengo una lesión de corazón!
-¡Déjalo! ¡No le va a pasar nada a tu lesión si tomas!
El joven con la lesión de corazón bebe.
-¡Otra copita!
-No… Yo tengo una lesión de corazón. Yo así, ya me tomé siete.
-¡Déjalo!
El joven bebe…
-¡Hombre! –suplica una muchacha de barbilla afilada y ojos de conejo: ¡convídeme con una cena!
El hombre hace melindres...
-¡Quiero comer! Una sola ración…
-Te pegaste… ¡Mozo!
Es servido un pedazo de carne… La muchacha come y… ¡cómo come! Come con la boca, con los ojos, con la nariz…
En el tiro al blanco hay un tiroteo encarnizado… Las tirolesas, sin descansar, cargan las armas… Y dos tirolesas no son tan feas… A un costado está parado un pintor que pinta a una tirolesa a bocamanga.
-Hasta pronto… ¡Que estén saludables! –gritan las tirolesas.
Dan las dos… En la sala los bailes. Ruido, vocerío, gritos, chillido, cancán… Un bochorno terrible… Los descargados se cargan de nuevo en el buffet, y hacia las tres ya está listo el barullo.
En los gabinetes separados…
¡Por lo demás, vámonos! ¡Qué agradable es la salida! Si yo fuera el dueño del Salon des variétés, cobraría no por la entrada, sino por la salida…

1Boudoir, tocador.
2Fräulein, señorita.
3Herr, señor.
4Biersoupe, sopa de cerveza.
5Vaterland, patria.
6Si vous n’avez rien à me dire, si usted no tiene nada que decirme.

Título original: Salon des variétés, publicado por primera vez en la revista Zritiel, 1881, Nº 11, con la firma: “Antosha Ch.”
Imagen: Tolouse-Lautrec.