jueves, 13 de diciembre de 2007

¡Oh las mujeres, las mujeres!


Serguéi Kuzmích Pochitáev, redactor del periódico provincial Higos con nueces, fatigado y agobiado, volvió de la redacción a su casa y se tumbó en el diván.
-¡Gracias a Dios! Estoy en casa, finalmente... Voy a descansar de alma aquí... junto al fuego del hogar, junto a mi esposa... Mi Másha, la única persona que me puede entender, compadecer francamente...
-¿Por qué estás tan pálido hoy? –le preguntó su esposa, María Denísovna.
-Pues así, tengo el alma infame... Vine pues a verte, y estoy contento: descansaré de alma.
-¿Pero qué sucedió?
-En general es infame, y hoy en particular. Petróv no quiere remitir más el papel al crédito. El secretario se emborrachó... Pero todo eso son tonterías, se va a componer de algún modo... He aquí donde está la desgracia, Mániechka... Estoy sentado hoy en la redacción y leo la corrección de mi editorial. De pronto, ¿sabes?, se abre la puerta y entra el príncipe Prochujántziev, mi viejo amigo y colega; ese mismo que siempre interpreta a los primeros amantes en los espectáculos de aficionados, y que le dio a la actriz Zriákina su caballo blanco por un beso. “¿Para qué, pienso, lo trajeron los diablos? Esto no es en vano... A Zriákina, pienso, vino a hacerle promoción”... Empezamos a conversar... Esto y esto, el quinto, el décimo... Resulta que no vino por la promoción. Trajo sus versos para publicarlos...
“Sentí en mi pecho, dice, una llama fogosa y... un fuego llameante. Quisiera probar la dulzura de la autoría...”
Saca del bolsillo un papelito rosado, perfumado, y me lo entrega...
“Son versos, dice... Yo en éstos, dice, soy un poco subjetivo, pero de todas formas... Y Nekrásov era subjetivo...”
Agarro yo esos mismos versos subjetivos y leo... ¡Una tontería imposible! Lees, y sientes que te pican los ojos y te dan punzadas en el estómago, como si te hubieras tragado una piedra molar... Le dedicó los versos a Zriákina. ¡Si me hubiera dedicado esos versos a mí, lo hubiera entregado al juez de paz! ¡En un verso cinco veces la palabra “precipitado”! ¡Y la rima! ¡Múguete en lugar de muguéte! ¡La palabra “caballo” rima con “cerillo”!
“No, digo, usted es mi amigo y colega, pero yo no puedo colocar sus versos...”
“¿Y por qué?”
“Y porque sí... Por circunstancias ajenas a la redacción... No son apropiados para el programa de la redacción...”
Me sonrojé todo, empecé a frotarme los ojos, mentí que se me partía la cabeza... ¿Pero cómo decirle que sus versos no sirven para nada? Él advirtió mi turbación y se infló como un pavo.
“Usted, dice, está enojado con Zriákina, y por eso no quiere publicar mis versos. Yo entiendo... ¡En-entiendo, muy señor mío!”
Por parcialidad me reprochó, me llamó fariseo, clérigo y algo más... Dos horas enteras me leyó la cartilla. Al final de todo, prometió tejer una intriga contra mi persona... Se fue sin despedirse... ¡Tales asuntos pues, mátushka! El 4 de diciembre, en Varvára, es el santo de Zriákina, y los versos deben aparecer en la prensa sea como sea... ¡Siquiera muérete, pero colócalos! Publicarlos es imposible: deshonras al periódico ante toda Rusia. No publicarlos tampoco se puede: Prochujántziev tejerá una intriga, y te hundes por menos de un grosh1. ¡Dígnate pues a inventar, cómo salir de esta estúpida situación!
-¿Y qué versos son? ¿De qué? –preguntó María Denísovna.
-De nada... Un disparate... ¿Quieres, los leo? Empiezan así:

A través del humo de un tabaco soñador
Aparecías en mis sueños,
Trayendo contigo los golpes del amor
Con una fogosa sonrisa en los labios...

Y después, enseguida, un cambio:

Perdóname, mi ángel blanco como la nieve,
Amiga de mis días y mi ideal tierno,
Que yo, olvidando el amor, me lanzo desbocado ahí,
A donde las fauces de la muerte... ¡Oh, me aterro!

Y demás... una tontería.
-¿Y qué? ¡Son unos versos muy gentiles! –juntó las manos María Denísovna. -¡Incluso muy gentiles! ¿En qué no son versos? ¡Tú, simplemente, le buscas las cosquillas, Serguéi! “A través del humo... con una sonrisa fogosa” ¡Entonces, tú no entiendes nada! ¡Tú no entiendes, Serguéi!
-¡Tú no entiendes, y no yo!
-No, disculpa... ¡La prosa yo no la entiendo, pero los versos los entiendo perfectamente! ¡El príncipe escribió admirablemente! ¡Excelente! ¡Tú lo odias, y no los quieres publicar!
El redactor suspiró y golpeó con el dedo primero la mesa, después su frente...
-¡Los expertos! –musitó, sonriendo con desprecio.
Y, tomando su cilindro, movió la cabeza con amargura y salió de la casa...
“Voy a buscar por el mundo, donde haya para el ofendido una sensación de refugio2... ¡Oh, las mujeres, las mujeres! ¡Por lo demás, todas las mujeres son iguales!” –pensaba, caminando hacia el restaurante Londres.
Quería beber...

1Grosh, antigua moneda rusa igual a ½ kópek.
2Cita incorrecta del monólogo final de Chátzkii en la comedia La amargura del ingenio, de Alexánder Griboyédov.

Título original: O zhenshini, zhenshini!.., publicado por primera vez en el periódico Novosti dnia, 1884, Nº 45, con la firma: “Anché”.
Imagen: Valentin Serov, Portrait of Nikolay Pozniakov, 1908.