martes, 11 de diciembre de 2007

El descubrimiento


Escarbando en el montón de basura,
El gallo encontró una madreperla.
Krilóv


El ingeniero y consejero civil Bajrómkin, estaba sentado al escritorio de su casa y, sin nada que hacer, se puso de humor triste. Sólo hasta hoy por la noche, en un baile en casa de unos conocidos, se encontró de imprevisto con una señora, de la que 20-25 años atrás estuvo enamorado. En su tiempo, ésta fue una bella notable, de la que enamorarse era tan fácil, como pisarle el cayo al vecino. En particular, recordaba Bajrómkin sus grandes ojos profundos, cuyo fondo parecía estar cubierto de un tierno terciopelo celeste, y los largos cabellos castaño dorado, parecidos a un campo de mieses maduras, cuando se agita bajo la ventisca antes de la tormenta... Era una bella inaccesible, miraba con severidad, sonreía rara vez, pero en cambio, una vez que sonreía, “revivía con su sonrisa las llamas de las velas apagadas2”... Pero ahora era un vejestorio caquéctico, parlanchín, de ojos ácidos y dientes amarillos... ¡Tfú!
“¡Perturbador! –pensaba Bajrómkin, pasando el lápiz por el papel maquinalmente. –Ninguna fuerza maligna está en condición de estropear así a una persona, como la naturaleza. Si la bella hubiera sabido entonces, que con el tiempo se convertiría en tal baratija, se hubiera muerto de horror...”
Largo tiempo razonó Bajrómkin de esta forma, y de pronto se levantó, como pinchado...
-¡Señor, Jesús! –se horrorizó. -¿Qué novedad es ésta? ¡¿Yo sé dibujar?!
En la hoja de papel, sobre la que pasaba el lápiz maquinalmente, tras unos trazos y garabatos chapuceros, se asomaba una encantadora cabecita femenina, esa misma de la que él estuvo enamorado alguna vez. En general, el dibujo cojeaba, pero la lánguida mirada severa, la suavidad de los contornos y la desordenada ola de cabellos espesos estaban trasmitidos a la perfección...
-¿Qué ocasión es ésta? –continuó admirándose Bajrómkin. -¡Yo sé dibujar! ¡Cincuenta y dos años viví en el mundo, sin sospechar en mí ningún talento, y de pronto, en la madurez de los años –agradezco, no lo esperaba- apareció el talento! ¡No puede ser!
Sin creerse a sí mismo, Bajrómkin tomó el lápiz y, junto a la bonita cabecita, dibujó la cabeza de la vieja... Ésta se le dio tan bien como la joven...
-¡Asombroso! –se encogió de hombros. -¡Y cuán no mal, qué diablos! ¿Cómo soy? ¡Por lo tanto, soy un pintor! ¡Entonces, yo tengo vocación! ¿Cómo es que no lo supe antes? ¡Qué curiosidad!
Si Bajrómkin hubiera hallado dinero en su chaleco viejo, si hubiera recibido la noticia de que lo hicieron civil activo, no se hubiera admirado tan gratamente como ahora, tras descubrir en sí la capacidad de crear. Se pasó todo una hora en la mesa dibujando cabezas, árboles, incendios, caballos...
-¡Excelente! ¡Bravo! –se maravillaba. –Si aprendiera sólo la técnica, sería excelente por completo.
Continuar dibujando y maravillándose se lo impidió el lacayo, al introducir en el gabinete la mesita con la cena. Tras comerse la ortega y beberse dos vasos de bourgogne, Bajrómkin se extenuó y se quedó pensativo... Recordó que, en todos los 52 años, no había pensado ni una vez, incluso, en la existencia de algún talento en sí mismo. Cierto, la tendencia a lo bello la había tenido toda la vida. En la juventud había actuado en la escena aficionada, tocado, cantado, embadurnado decoraciones... Después, hasta la misma vejez, no había dejado de leer, amar el teatro, apuntar los versos buenos como recuerdo... Decía agudezas con acierto, hablaba bien, criticaba con justeza. Un fueguito, por lo visto, había, aunque siempre lo apagaba la vanidad...
Con qué el diablo no bromea, -pensó Bajrómkin, -acaso, ¿yo aun sé escribir versos y novelas? En realidad, ¿qué si hubiera descubierto mi talento en la juventud, cuando aún no era tarde, y me hubiera hecho un pintor, o un poeta? ¿Ah?
Y en su imaginación se representó una vida no parecida a los otros millones de vidas. Compararla con las vidas de los mortales comunes era imposible por completo.
“Tiene razón la gente, en que no le da a ellos grados y órdenes... –pensó. –Ellos están fuera de todo rango y capítulo... Y juzgar pues sus labores pueden sólo los elegidos...”
Ahí mismo, a propósito, Bajrómkin recordó un hecho de su pasado lejano... Su madre, una mujer nerviosa, excéntrica, yendo una vez con él, encontró en la escalera a cierto hombre borracho e indecente, y le besó la mano. “Mamá, ¿para qué haces eso?” –se asombró él. “¡Es un poeta!” –respondió ella. Y ella, a su forma, tenía razón... Si ella le hubiera besado la mano a un general o un senador, hubiera sido un servilismo, una auto humillación, peor de la que no se puede concebir en una mujer desarrollada, pero besarle la mano a un poeta, a un pintor o a un compositor era natural...
“La vida libre no es la cotidiana...–pensó Bajrómkin yendo hacia la cama. –¿Y la fama, la celebridad? Por mucho que camine en el servicio, a cual escalón no suba, mi nombre no llegará más lejos que una hormiga... Para ellos es distinto por completo... Un poeta o un pintor duerme o se emborracha a gusto, sin inquietud, y en ese tiempo, sin que lo advierta, en las ciudades y los pueblitos se aprenden de memoria sus versos o examinan sus cuadritos... No conocer sus nombres se considera una falta de educación, una ignorancia... un mauvais ton...3
Finalmente extenuado, Bajrómkin se dejó caer en la cama y asintió al lacayo... El lacayo se le acercó y empezó a quitarle pieza tras pieza con cuidado.
“M-sí... una vida extraordinaria... de las vías férreas se olvidarán alguna vez, pero a Fidias y a Homero los van a recordar siempre... Con lo malo que es Trediakóvskii4, y a ése lo van a recordar... ¡Brrr... hace frío! ¿Y qué, si yo fuera ahora un pintor? ¿Cómo me sentiría?”
Mientras el lacayo le quitaba el camisón diurno y le ponía el nocturno, se imaginó una escena... Aquí él, pintor o poeta, arrastra los pies hacia su casa en una noche oscura... Los talentos no tienen caballos, quieras o no, ve a pie... Va miserable, con un abrigo gastado, acaso hasta sin chanclos... A la entrada de las habitaciones amuebladas dormita el portero; el cerdo grosero abre la puerta y no mira... Por ahí, entre la multitud, el nombre de poeta o de pintor goza de respeto, pero ese respeto no le da a él ni frío ni calor: el portero no es más cortés, el sirviente no es más afectuoso, los inquilinos no son más indulgentes... El nombre es de respeto, pero la persona es de deshecho... Aquí él, fatigado y famélico, entra finalmente en su número oscuro y viciado... Él quisiera comer y beber, pero ortegas y bourgogne -¡ay! –no hay... Quisiera dormir terriblemente, tanto, que los ojos se le cierran y la cabeza le cae sobre el pecho, y la cama es áspera, fría, alquilada por el hotel... El agua sírvetela tú mismo, desvístete tú mismo... camina descalzo por el suelo frío... Al final de todo, temblando, se duerme sabiendo que no tiene tabacos, caballos... que en la gaveta mediana de su mesita no tiene ni la Anna ni la Stanisláv, ni en la inferior la libreta de cheques...
Bajrómkin movió la cabeza, se tumbó en el colchón de muelles y se tapó rápido con el edredón.
“¡Que se vaya al diablo! –pensó, acomodándose y durmiéndose dulcemente. –Que se... vaya... al diablo... Bien que yo... en la juventud, este, no ... no lo descubrí...”
El lacayo apagó la lámpara y salió de puntillas.

1Cita de El gallo y la madreperla, fábula de Iván Krilóv.
2Se ignora a quién pertenece la frase.
3Mauvais ton, mal tono, malas maneras, trato grosero.
4Vasílii Trediakóvskii (1703-1768), poeta, filólogo, autor del Nuevo y breve método de composición de versos rusos, entre otros trabajos.

Título original: Otkritie, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1886, Nº 4, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: Gustav Klimt, Lady with Hat and Feather Boa, 1909.