martes, 18 de diciembre de 2007

Chejov a los Chejov


Shílka, barco “Ermák”, 20 de junio de 1890.

¡Saludos, querida gente de casa! Finalmente, me puedo quitar las botas pesadas, fangosas, los pantalones gastados y la camisa azul, brillante de polvo y sudor, puedo asearme y vestirme como una persona. Ya no estoy sentado en la calesa, sino en el camarote de I clase del barco del Amúr, Ermák. Este cambio se produjo diez días atrás he aquí por qué razón. Yo les escribí desde Lístviennichnaya, que me retrasé para el barco del Baikál, que tendría que ir a través del Baikál no el martes, sino el viernes, y que alcanzaría por eso el barco del Amúr sólo el 30 de junio. Pero el destino es caprichoso, y a menudo arma ardides que no esperas. El jueves por la mañana fui a pasear un rato por la orilla del Baikál; veo –en uno de los dos barquitos humea la chimenea. Pregunto, ¿adónde va el barco? Dicen “allende el mar”, a Kliúev; cierto mercader lo alquiló, para trasladar su convoy a la otra orilla. Nosotros también necesitamos ir “allende el mar”, y a la estación Boyárskaya. Pregunto: ¿cuántas vérstas hay de Kliúev a Boyárskaya? Responden: 27. Corro hacia los compañeros de viaje y les ruego arriesgarse a ir a Kliúev, donde no hay nada, excepto el muelle y la isbita del guardia; nos arriesgábamos a no encontrar caballos, estancarnos en Kliúev y retrasarnos para el barco del viernes, algo que para nosotros era más que la muerte de Ígoriev, ya que tendríamos que esperar hasta el martes. Los compañeros de viaje convinieron. Liamos nuestros bártulos, caminamos a pasos alegres hacia el barco, y al instante al buffet: ¡por el Creador de la sopa! ¡Medio reino por un plato de sopa! El buffecito super asqueroso, dispuesto según el sistema de los water-closets estrechos, pero el cocinero, Grigórii Ivánich, antiguo sirviente en Boróniezh, estuvo a la altura de su vocación. Nos alimentó excelentemente. El tiempo estaba sereno, soleado. El agua del Baikál es azul turquesa, más transparente que la del Mar Negro. Dicen que en los lugares profundos se ve el fondo a una vérsta; y yo mismo vi tales profundidades con arrecifes y montañas hundidos en el turquesa, que se me ponía la carne de gallina. El paseo por el Baikál salió maravilloso, por los siglos de los siglos no lo olvidaré. Sólo he aquí qué no era bueno: íbamos en III clase, y toda la cubierta estaba ocupada por los caballos del convoy, que estaban furiosos, como rabiosos. Esos caballos otorgaron a mi viaje un colorido peculiar: parecía que iba en un barco de bandidos. En Kliúev, el guarda se encargó de llevar nuestro equipaje hasta la estación; él andaba, y nosotros íbamos a pie detrás de la telega, por la orilla pintoresca. Es un cerdo Levitán, que no vino conmigo. El camino es boscoso: a la derecha el bosque, que asciende hacia la montaña, a la izquierda el bosque, que desciende hacia el Baikál. ¡Qué barrancos, qué peñascos! El tono del Baikál es tierno, cálido. Hacía, hablando a propósito, mucho calor. Tras caminar 8 vérstas, llegamos a la estación Miskánskaya, donde un funcionario chino, viajero, nos convidó con un té excelente, y donde nos dieron caballos hasta Boyárskaya. Así, en lugar del viernes nos fuimos el jueves; esto es poco, nos fuimos todo un día antes del correo, que reúne comúnmente a todos los caballos en las estaciones. Empezamos a fustigar por la cola y por la crin, alimentando la débil esperanza de que el 20 llegaríamos a Srétiensk. Acerca de cómo fui por la orilla del Selengá y después, a través del Zabaikál, les contaré al encuentro, y ahora diré sólo que el Selengá –es de una belleza absoluta, y que en el Zabaikál encontré todo lo que quería: el Cáucaso, el valle del Psiól, el distrito de Zvenígorod y el Don. De día galopas por el Cáucaso, de noche por la estepa del Don, y en la mañana te despiertas de dormitar, miras, ya es el gobierno de Poltáva –y así todas las mil vérstas. Verjneúdinsk es una pequeña ciudad agradable, Chitá es mala, parecida a Sum. En el sueño y los almuerzos, por supuesto, no había tiempo para pensar. Galopas, cambias los caballos en las estaciones, y sólo piensas que en la próxima estación te pueden no dar caballos, y retener por 5-6 horas. Hacíamos al día 200 vérstas –más en verano no se puede hacer. Nos alelábamos. El calor además era terrible, y de noche frío, de modo que sobre el paletó de paño tenía que ponerme el de piel; una noche fui hasta en pelliza. Bueno, fuimos, fuimos, y hoy por la mañana llegamos a Srétiensk, exactamente una hora antes de la partida del barco, habiendo pagado a los cocheros en las dos últimas estaciones un rublo de té.
Así, mi peregrinación hípica-equina terminó. Se extendió ésta dos meses (salí el 21 de abril). Si excluir el tiempo gastado en las vías férreas y los barcos, 3 días pasados en Ekaterinburgo, una semana en Tomsk, un día en Krasnoyársk, una semana en Irkútsk, dos días en el Baikál, y los días gastados en la espera de los botes durante las crecidas, pues se puede juzgar sobre la rapidez de mi viajar. Viajé yo favorablemente, como dé Dios a cada uno. No estuve enfermo ni una vez, y de todas las cosas que tengo conmigo, perdí sólo el cortaplumas, la correa de la maleta y una latita de ungüento fénico. El dinero está entero. Viajar así mil vérstas rara vez alguien lo logra.
Yo a tal grado me habitué a la marcha por la carretera, que ahora como que no me hallo, y no creo que no estoy en la calesa y no se oyen las campanitas. Es extraño que, al acostarme a dormir, puedo estirar las piernas del todo, y que mi cara no está llena de polvo. Pero lo más extraño de todo, es que la botella de cognac, que me dio Kuvshínnikov, aún no se rompió, y que el cognac está entero hasta la última gota. Prometí descorcharlo sólo a orillas del Océano Pacífico.
Navego por el Shílka, que en el pueblo cosaco Pokróvskaya, tras fundirse con Argún, desemboca en el Amúr. El río –no es más ancho que el Psiól, incluso es más estrecho. Las orillas son rocosas: peñas y bosques. Tierra baldía en absoluto. Bordeamos, para no encallar en el banco o golpear la popa con la orilla. Las proas de los barcos y las barcazas se golpean a menudo. Es sofocante. Ahora nos detuvimos en Boca Kará, donde desembarcaron a unos 5-6 forzados. Aquí están las minas y el campo de trabajo forzado.
Ayer estuve en Niérchinsk. Una ciudad no para ayear, pero se puede vivir.
Y ustedes, muy señores míos y señoras, ¿cómo viven? Positivamente, no sé nada de ustedes. Si colectaran por grívennik y me enviaran un telegrama con detalle.
El barco va a pernoctar en Górbitza. Las noches aquí son nubladas, es peligroso navegar. En Górbitza echaré esta carta.
Voy en I clase, porque mis compañeros de viaje van en II. Me fui de ellos. Juntos fuimos (los tres en una calesa), juntos dormimos, y nos cansamos los unos de los otros, en particular ellos a mí.
Una reverencia y un saludo a todos mis conocidos. A mamásha le beso la mano. Ya que Masha está en Crimea, pues envío esta carta a nombre de mamásha. ¿Dónde está Iván? ¿Estuvo acaso papásha en el Recodo el 29 de junio?
Mi letra es super infame, sacudida. Eso es porque el barco se sacude. Escribir es difícil.
Receso. Fui a donde mis tenientes a tomar té. Ambos durmieron bastante, y están en un estado de ánimo benigno... Uno de ellos, el teniente Schmidt (un apellido repulsivo para mi oído), de infantería, alto, saciado, vocinglero y alborotador, gran fanfarrón y Jlestakóv, cantor de todas las óperas, pero con menos oído que un arenque ahumado, un hombre desdichado, que malgastó el dinero del viático, que conoce a Mitzkévich de memoria, mal educado, sincero sin medida y hablador hasta la náusea. Semejante a Ivaniénko, le gusta contar de sus tíos y tías. El otro teniente, Miller, un topógrafo, callado, un chico modesto, intelectual totalmente. Si no fuera por Schmidt, pues con él se podría recorrer un millón de vérstas sin aburrirse, pero con Schmidt, que se inmiscuye en toda conversación, hasta él me cansó. No obstante, ¿para qué necesitan ustedes a los tenientes? No es interesante.
Que estén saludables. Nos acercamos, al parecer, a Górbitza.
A los Lintvarióv un saludo de corazón. A papásha le voy escribir en particular. A Aliósha1 desde Irkútsk le envié una carta abierta. ¡Hasta pronto! Es interesante saber, ¿cuándo llegará a ustedes esta carta? Probablemente, dentro de 40 días, no antes.
A todos los abrazo y bendigo. Extrañé.

Vuestro, A. Chejov.

Mañana compongo la forma del telegrama que ustedes me mandarán a Sajalín. Intentaré poner en 30 palabras todo lo que necesito, y ustedes intenten remitirse estrictamente a la forma.
Pican los moscardones.

1Alexéi Dolzhénko (hijo de Fedósia Dolzhénko), primo de Chejov.

Imagen: Emil Schindler.