domingo, 9 de diciembre de 2007

Chejov a M.V. Kiselióva


Cerca del Irtísh, 7 de mayo de 1890.

¡Saludos, en verdad estimada María Vladímirovna! Quería escribirle una carta de despedida desde Moscú, pero no alcancé; tuve que aplazarlo por tiempo indefinido. Le escribo ahora sentado en una isbá a orillas del Irtísh. Es de noche. Vine a parar aquí de esta forma. Voy por la carretera siberiana con los libres. Recorrí ya 715 vérstas. Me convertí en un mártir de la cabeza a los pies. Desde la mañana de hoy, empezó a soplar un viento frío áspero, y a helar una lluviecita repulsiva. Es necesario señalar que en Siberia no es primavera aún: la tierra parda, los árboles pelados y, a donde quiera que mires, por todas partes, blanquean las franjas de nieve; día y noche voy en pelliza y en botas de fieltro... Bueno, sopló el viento desde la mañana... Las pesadas nubes plomizas, la tierra parda, el fango, la lluvia, el viento... ¡brrr! Voy, voy... voy sin cesar, y el tiempo no amaina. Antes de caer la noche, me dicen en la estación que ir adelante no se puede, ya que todo se inundó, los puentes se rompieron, y demás. Sabiendo cómo les gusta a los cocheros libres asustar con los elementos, para obligar al viajero a pernoctar en sus casas (es ventajoso), no creí, y ordené enganchar la tróika1. ¿Y qué? ¡Ay de mí! No había yo recorrido más de cinco vérstas, cuando vi la orilla pradeña del Irtísh toda cubierta de grandes lagos; el camino se había ocultado bajo el agua, y los puentecitos del camino, en realidad, estaban derribados o enlodados. Regresar me lo impedía, en parte, la terquedad, en parte, el deseo de salir lo más rápido de estos lugares aburridos... Empezamos a ir por los lagos... ¡Dios mío, nunca en la vida había experimentado nada semejante! El viento áspero, el frío, la lluvia repulsiva, y dígnate a apearte de la calesa (no cubierta) y retener a los caballos: por cada puentecito se pueden pasar los caballos sólo uno por uno... ¿Dónde caí? ¿Dónde estoy? Alrededor el desierto, el tedio; se ve la orilla pelada, lúgubre del Irtísh... Salimos al lago más grande; ahora ya regresaría gustoso, pero es difícil... Vamos por una larga, estrecha franjita de tierra... La franjita se termina, ¡y nosotros paf! Después, de nuevo la franjita, de nuevo paf... Las manos se entumecen... Y los patos salvajes parecen reírse y vuelan en bandadas inmensas sobre la cabeza... Oscurece... El cochero calla –se perdió... Pero he aquí, finalmente, salimos a la última franjita, que separa el lago del Irtísh... La orilla declinada del Irtísh está un arshín2 por encima del nivel; es barrosa, pelada, fangosa, resbalosa a la vista... El agua turbia... las olas blancas azotan el barro, y el mismo Irtísh no brama ni susurra, sino emite una suerte de sonido extraño, parecido a como si bajo el agua golpearan en tumbas... Aquella orilla –un desierto continuo, desolador... Usted soñaba a menudo con el remolino Bozharóvskii, así voy a soñar yo ahora con el Irtísh...
Pero aquí está la almadía. Hay que pasarse al otro lado. Sale de la isbá un mujík y, encogiéndose por la lluvia, dice que navegar en almadía no se puede ahora, ya que hace mucho viento... (Las almadías aquí son con remos). Aconseja esperar el tiempo calmo...
Y aquí estoy sentado de noche en una isbá, que está en el lago, en la misma orilla del Irtísh; siento en todo el cuerpo una humedad apestosa, y en el alma soledad, escucho cómo mi Irtísh golpea en las tumbas, como brama el viento, y me pregunto: ¿dónde estoy?, ¿para qué estoy aquí?
En la habitación contigua duermen los mujíks-barqueros y mi cochero. Gente buena. Si fuera mala, me podía perfectamente asaltar y ahogar en el Irtísh. La isbá -está solitaria en la orilla, no hay testigos...
El camino hasta Tomsk, en el sentido de los bandidos, es totalmente seguro. De los asaltos incluso no se acostumbra hablar. Incluso, robar a los viajeros no suelen; al entrar a la isbá puede dejar las cosas en el patio, y todas estarán enteras.
Pero a mí, de todas formas, casi no me matan. Imagine la noche antes del amanecer... Yo voy en una calesita y pienso, pienso... De pronto, veo que corre al encuentro, con toda el alma, una tróika de correo; mi cochero apenas alcanza a virar a la derecha, la tróika vuela por el lado, y yo diviso en ésta al cochero trasero... Tras ésta corre otra tróika, también con toda el alma; viramos a la derecha, ésta vira a la izquierda; “¡chocamos!” –me pasa por la cabeza... Un instante y –repercute un estruendo, los caballos se mezclan en una masa negra, mi calesa se pone en dos patas, y yo estoy tirado en la tierra, y sobre mí todas mis maletas y hatillos... Salto y veo –corre una tercera tróika...
Debe ser que mi madre rezó por mí la víspera. Si yo hubiera estado dormido, o si la tercera tróika viniera enseguida tras la segunda, pues estaría quebrado de muerte o mutilado. Resultó que el cochero delantero fustigó a los caballos, y los cocheros de la segunda y la tercera dormían, y no nos vieron. Tras la colisión, un estúpido desconcierto en ambas partes, después la maldición cruel... Los arneses destrozados, los pértigos rotos, los arcos tirados en el camino... ¡Ah, cómo maldicen los cocheros! De noche, en medio de esta horda maldiciente, furiosa, siento una soledad absoluta que nunca antes conocí...
No obstante, el papel se agota. Mi saludo al señor3, a Vasilísa4, Idiótik5 y Elizavéta Alexándrovna6. La lluvia golpea en la ventana. ¡Que todos los santos los bendigan! Voy a escribir aún. Mi dirección: Puesto Alexándrovskii en la i. Sajalín.

Suyo, A. Chejov.

1Tróika, tiro de tres caballos.
2Arshín, antigua medida rusa igual a 0, 71 m.
3Alexéi Kiselióv, dueño de la hacienda Bábkino, esposo de María Kiselióva.
4Alexándra Kiselióva (“Vasilísa”), hija de María Kiselióva.
5Serguéi Kiselióv (“Idiótik”), hijo de María Kiselióva.
6Elizavéta Efrémova, institutriz de los hijos de María Kiselióva.

Imagen: Isaac Levitan, The Twilight. The Moon, Study.