viernes, 30 de noviembre de 2007

El carbón ruso (Una historia verídica)


Una hermosa mañana de abril, le comte1 ruso Tulúpov iba en un barco alemán por el Rin hacia abajo y, por hacer algo, platicaba con un “salchichero2”. Su interlocutor, un joven alemán enjuto, todo compuesto de una fisonomía arrogante y científica, suficiencia personal y unos cuellos fuertemente almidonados, se recomendó como el maestro de minas Arthur Imbs, y con terquedad no cambiaba la empezada conversación, que ya cansaba al conde, sobre el carbón de piedra ruso.
-El destino de nuestro carbón es muy lamentable, -dijo entre tanto el conde, soltando un suspiro de conocedor científico. –Usted no se puede imaginar: Petersburgo y Moscú viven con carbón inglés, Rusia quema en sus estufas sus lujosos bosques vírgenes, ¡y entre tanto, las entrañas de nuestro sur contienen unas riquezas inagotables!
Imbs movió la cabeza con tristeza, graznó con fastidio y solicitó una carta de Rusia.
Cuando el lacayo trajo la carta, el conde pasó su uña del meñique por la orilla del Mar de Azóv, arañó con la misma uña al lado de Járkov y profirió:
-Aquí pues... en general... ¿Entiende? ¡¡Todo el sur!!
Imbs quería averiguar con más exactitud, los lugares precisos donde se escondía nuestro carbón, pero el conde no dijo nada definido; señaló con su uña por toda Rusia de modo desordenado, y una vez incluso, deseando mostrar la rica en carbón región del Don, señaló el gobierno de Stávropol. El conde ruso, por lo visto, conocía mal la geografía de su patria. Éste se asombró terriblemente, e incluso expresó incredulidad en su rostro, cuando Imbs le dijo que en Rusia había montañas de los Cárpatos.
-Yo mismo tengo, sabe, en la región del Don, una granja, -dijo el conde. –Ocho mil desiatínas3 de tierra. ¡Una hermosa granja! Carbón hay en ésta, imagínese... ¡eine zahllose... eine oceanische Menge4! Millones ocultos en la tierra... se pierden en vano... Hace tiempo ya que sueño con dedicarme a esa cuestión... Busco una ocasión... un hombre apropiado. ¡Nosotros en Rusia no tenemos pues especialistas! ¡Un despoblado absoluto!
Empezaron a hablar de los especialistas en general. Hablaron mucho y largo tiempo... Terminó en que el conde saltó de pronto, como pinchado, se golpeó la frente y dijo:
-¿Sabe qué? Yo me alegro mucho de que lo encontré a usted. ¿No quiere ir a mi granja? ¿Ah? ¿Qué tiene que hacer aquí, en Alemania? ¡Aquí, científicos alemanes, sin usted hay muchos, y en mi granja usted hará una obra! ¡Y qué obra!.. ¿Quiere? ¡Convenga pronto!
Imbs frunció el ceño, caminó por el camarote de una esquina a la otra y, tras razonar y sopesar, convino.
El conde le estrechó la mano y gritó por champagne...
-Bueno, ahora estoy tranquilo -dijo. –Voy a tener carbón...
A la semana Imbs, cargado de libros, planos y esperanzas, iba ya a Rusia, soñando con los rublos rusos de modo insensato. En Moscú, el conde le dio doscientos rublos, la dirección de la granja y le ordenó ir al sur.
-Vaya a gusto y empiece allá... Yo, puede ser, en otoño llegue. Escriba, cómo y qué...
Al arribar a la granja de Tulúpov, Imbs se instaló en la accesoria y, al otro día mismo de su llegada, se dedicó a “abastecer a Rusia de carbón”. A las tres semanas, le envió al conde la primera carta. “Yo ya conocí el carbón de su tierra -escribía después de un largo y tímido preámbulo, -y encontré que, gracias a su baja calidad, éste no merece que lo extraigan de la tierra. Si éste fuera tres veces mejor, y entonces no convendría tocarlo. Aparte de la calidad del carbón, a mí me sorprende, asimismo, la total ausencia de demanda. Su vecino, el productor carbonero Alpátov, tiene preparados quince millones de puds5, y entre tanto, no hay nadie que le dé, siquiera, un kópek por pud. El camino de carbón de piedra Doniétzkaya, que va a través de su granja, está construido, especialmente, para el transporte del carbón de piedra pero, como resulta, por éste, en todo su tiempo de existencia, no se ha logrado pasar aún ni un pud. Hay que ser deshonesto o demasiado superficial, para darle a usted, siquiera, una gota de esperanza en el éxito. Me atreveré asimismo a agregar, que su posesión está a tal grado arruinada y disuelta, que la extracción de carbón y en general cualquier innovación, sea cual sea, constituyen un lujo.” Al final de todo, el alemán rogaba al conde recomendarlo a otro “Fürsten oder Grafen6 ruso, o enviarle “ein wenig7 para el camino de regreso a Alemania. En espera de la benévola respuesta, Imbs se dedicó a pescar carasios y a cazar codornices al son del caramillo.
La respuesta a esta carta la recibió no Imbs, sino el gerente, el polaco Dierzhínskii. “Y al alemán dígale que él no entiende ni diablos, -escribía el conde en el post scriptum. “Yo le enseñé su carta a un ingeniero de minas (consejero secreto de Mléev), y esta provocó risa. Por lo demás, no lo retengo. Que se vaya a gusto. Dinero pues para el camino él tiene. Yo le di 200 rub. Si él gastó en el camino 50, pues entonces le quedarán 150 rub.”. Al conocer esta respuesta, Imbs se asustó terriblemente. Se sentó y cubrió con su letra alemana, corrida, dos hojas de papel de correo. Le rogaba al conde perdonarlo con generosidad, porque le había ocultado en la primera carta muchas cosas “muy importantes”. Con lágrimas en los ojos y remordimiento de conciencia, escribía que los restantes después del camino de Moscú 172 rublos, él cometió la imprudencia de perderlos a las cartas con Dierzhínskii. “Posteriormente, yo le gané a él 250 rublos, pero él no me los da, aunque recibió de mí toda mi pérdida, y por eso me atrevo a acudir a su omnipotencia, obligue al estimado señor Dierzhínskii a pagarme siquiera la mitad, para que yo pueda dejar Rusia y no comer en vano de su pan”. Mucha agua corrió al mar, y muchos carasios y codornices cazó Imbs, hasta que recibió la respuesta a esta segunda carta. Una vez, a fines de julio, el polaco entró a su habitación y, tras sentarse en la cama, empezó a recordar en voz alta todas las palabrotas que existen en la lengua alemana.
-¡Un asno asombroso este conde! –dijo, golpeando con la visera el borde de la mesa. –Me escribe que se va por unos días a Italia, y no me da ninguna disposición respecto a usted. ¿A dónde lo voy a meter a usted? ¿Vodka picar con usted, o qué? ¡Y para qué diablos se le dio ese carbón! ¡El carbón a él le hace falta tanto, como a mí su fisonomía, que se lo lleve el diablo! ¡Y usted también es bueno, ni qué decir! ¡Un estúpido, un malcriado andariego le parloteó por hacer algo, y usted le creyó!
-¿El conde se va a Italia? –se asombró Imbs, palideciendo. -¿Y el dinero, me lo envió? ¡¿No?! ¿Y cómo me voy a ir yo de aquí? ¡Pues yo no tengo ni un kópek!.. Escúcheme, estimado señor Dierzhínskii... Si usted no me puede dar su pérdida pues, ¿no me compraría acaso mis libros y planos? ¡En Rusia los venderá por una suma muy grande!
-En Rusia no hacen falta sus libros y planos.
Imbs se sentó y se quedó pensativo. Mientras el polaco llenaba el aire de su bilis, el alemán resolvía su cuestión utilitaria, y sentía con todos sus instintos alemanes cómo se le malograba la sangre en esos instantes. Adelgazó, engordó, y la expresión de arrogancia científica del rostro cedió lugar a una expresión de dolor, de desesperación... La conciencia de un cautiverio sin salida, lejos de las olas del Rin y de la compañía de los maestros de minas, le hizo llorar... Por la noche, estaba sentado junto a la ventana y miraba la luna... Alrededor había silencio. Por algún lugar lejano chirriaba un acordeón y gemía una quejumbrosa cancioncita rusa. Esos sonidos le apretaron el corazón a Imbs... Se apoderó de él tal añoranza por la patria, por el derecho y la justicia, que hubiera dado toda su vida sólo por hallarse esa noche en la casa...
“¡Y aquí brilla esta luna, y allá brilla, y qué diferencia!” –pensaba.
Toda la noche añoró Imbs. A la mañana, no soportó la añoranza y decidió irse. Tras colocar sus libros y planos “inútiles en Rusia” en el morral, bebió agua en ayunas y, exactamente a las cuatro de la mañana, se encaminó a pie hacia el norte. Decidió ir a ese mismo Járkov, que hacía tan poco había arañado el conde en la carta con su uña rosada. En Járkov esperaba encontrar alemanes, que pudieran darle dinero para el camino.
-En el camino, dormido, me quitaron las botas –contaba Imbs a sus amigos, sentado al mes en el mismo barco. -¡Tal es "la honestidad rusa”! Pero, al final de todo, hay que hacerles justicia: de Slaviánsk a Járkov, un conductor ruso me llevó por cuarenta kópeks, el dinero que me dieron por mi pipa de cáñamo. ¡Eso es deshonesto, pero en cambio es muy barato!

1Comte, conde.
2“Salchichero”, apodo burlesco o injurioso que ponen los rusos a los alemanes en la Rusia zarista.
3Desiatína, antigua medida rusa de superficie igual a 1,09 ha.
4¡Eine zahllose... eine oceanische Menge!, ¡un infinito… una masa oceánica!
5Pud, antigua medida rusa de peso igual a 16, 3 kg.
6Fürsten oder Grafen, príncipe o conde.
7Ein wenig, un poco.

Título original: Russkii ugol, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1884, Nº 30, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: Ivan Aivazovsky, The Great Roads at Kronstadt, 1836.